lunes, 26 de julio de 2010

PARTE PRIMERA ( La huída )

huidaLo cogieron al primer tono. –“Al habla Rod…Sí me ha costado convencerle
pero lo he conseguido…De acuerdo, ¿Puedo saber con quién tengo el
placer de hablar?… ¡¡¡Sí, podré esperar!!!…Una última cosa… ¿cuanto
tardarán?…¡¡¡Sí, señor, no haré más preguntas!!!
Steve colgó el teléfono y entró en la celda, donde le esperaba un hombre
con una gabardina oscura y un sombrero oscuro, a su lado el cuerpo
descompuesto y detrás tumbado en el suelo se encontraba el guarda, con
una almohada cubriéndole la cabeza.

El resto de prisioneros se encontraban dormidos y no se enteraron de lo
que estaba pasando. Rod le preguntó su nombre, pero un simple gesto de
negación con la cabeza fue suficiente para Rod.
Los dos cogieron los cuerpos y salieron de la penitenciaría sin ningún
problema. Había otras dos personas, que también cargaban con otros dos
cuerpos, también de guardas de seguridad. Se juntaron los cuatro y
metieron los cuatro cadáveres en una furgoneta negra. Los otros dos
hombres sacaron unos uniformes y entraron a la penitenciaria. En la
furgoneta estaba otro hombre en la zona del conductor que bajó también
con el uniforme a ocupar el puesto de los otros. El hombre de la gabardina,
subió al automóvil y Steve Rod se sentó en el asiento del acompañante.
Ninguno dijo nada. El viaje de unas dos horas fue completamente en
silencio. Aquel hombre paró delante de un hospital de Nueva York.
Salieron del coche y comenzaron a andar hasta llegar a recepción. El
hombre de la gabardina obligó a Steve a sentarse en uno de los bancos.
Aquel hombre tan misterioso agarró el teléfono e hizo una llamada. Luego
se sentó a su lado y le dijo: “acabo de llamar al médico que atendió a tu
compañero de celda”. Steve permaneció silencioso, observando. Al poco se
escucho por megafonía: “Ding, dong, ding, doctor Supotco baje a
recepción, por favor”. ¿Supotco?, se preguntó Steve, “ese nombre me
suena”. Siguió pensativo, mientras bajaba por la escalera un hombre con un
gorro de quirófano y una mascarilla que le tapaba media cara. En ese
momento Steve calló en la cuenta de que aquél nombre de Supotco lo vio
en aquella tarjetita que tenía el cadáver, por la parte delantera. El hombre
misterioso se levantó y saludó al doctor. Steve se levantó, y cuando fue a
darle la mano, aquel hombre se la quitó del medio y comenzó a reir. Steve
estuvo a punto de soltarle un puñetazo sino fuera porque aquella risa le
sonaba demasiado. Entonces Rod le quitó la mascarilla y cuán grata fue su
sorpresa cuando pudo reconocer al Orador dentro de aquella ropa de
matasanos. Se abrazaron fuertemente mientras se daban no menos fuertes
palmadas en la espalda. Entre tanto, el Orador comenzó a contarle lo
sucedido.

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