domingo, 11 de julio de 2010

PARTE PRIMERA (Padre, Hijo y Espíritu Santo)

Steve Rod, nació en Waterloo (Iowa), fue el pequeño de siete hermanos y
el favorito de mamá, lo que provocaba que sus seis hermanos fuesen a
paliza diaria con el pequeño Steve. Él odiaba a sus hermanos y también a
su padre, Norman Rod, un cura de poca monta que solamente ejercía los
domingos por las mañanas. Era sabido por todos que todo el sueldo que
ganaba, se lo gastaba por las noches en tabaco, alcohol y prostitutas. Cada
vez que llegaba a casa por las noches a eso de las tres o cuatro de la
mañana, despertaba a toda la familia con sus cánticos religiosos mientras todos
permanecían en silencio en sus camas. Poco más tarde hacía levantar de la
cama a su esposa y le obligaba a que le preparase la cena. Cuando la cena
estaba ya en la mesa, Norman siempre cogía el plato y lo estrellaba contra
la pared, a la vez que gritaba: -“Maldita zorra, las putas del bar de abajo
hacen mejores comidas que tú”. Todo esto acompañado de unas palizas que
se podían sentir casi en tu propia piel. Steve temía a su padre, al igual que
sus hermanos, pues si salían en defensa de su madre, sabían que ellos
podían correr la misma suerte. Aún así, no podían disimular el odio que le
tenían. Nunca le saludaban, nunca le miraban a los ojos cuando hablaban
con él. Algo parecido ocurría con su madre, a la que tampoco podían
mirarla a los ojos, aunque por razones muy distintas, es obvio. Pero
Norman tenía la sangre muy fría, era capaz de salir a la calle y hacer como
si no hubiese ocurrido nada. A pesar de todo esto, Norman era un hombre
respetado por todos, sobre todo por que era el que más dinero ponía para
ayudar al ayuntamiento.
Todo cambió una noche, en la que como siempre Norman llegaba a casa
borracho. Hizo bajar a su mujer, pero esta agarró un cuchillo de cocina.
Bajó las escaleras y comenzó a coquetear con su marido. Él, en su estado,
le siguió el juego, y dijo: -“ Está bien zorra, haremos el amor si eso es lo
que quieres, me vendrá bien un poco de sexo antes de pegarte una paliza.
Desde que se fueron de vacaciones esas putas, no tengo tanta fuerza como
antes”. Entonces, subieron a la habitación y cuando Norman se estaba
quitando la parte de arriba, su mujer intentó asestarle una puñalada, pero
Norman agarró fuerte su brazo y consiguió arrebatarle el cuchillo. Ella
comenzó a chillar. Steve, llorando bajó al salón, abrió el armario y cogió la
escopeta de aire comprimido, con la que su padre y él iban a cazar jabalíes,
aunque a Steve no le gustaba matar jabalíes. Su padre siempre le decía:
“Hijo mío, los cerdos no tienen sentimientos, los cerdos nunca lloran”.
Subió las escaleras, empujó la puerta que estaba entre abierta, y pudo ver la
pelea que mantenía Norman con su esposa. Steve ya tenía el objetivo, solo
tenía que apretar el gatillo, pero una fuerza le impedía disparar.

Pero Norman, el cura borracho en un gesto por deshacerse del brazo de su
mujer, elevó el brazo sin percatarse de que tenía el cuchillo y le cortó el
cuello a su esposa, que cayó al suelo desangrándose. Norman se puso de
rodillas y comenzó a llorar y a santiguarse repetidamente. Steve se acercó, y al ver a su madre muerta en
el suelo, miró a su padre, él le devolvió la mirada. Norman no podía dejar
de llorar y le decía a su hijo que dejase el arma en el suelo y se fuese a
dormir, pero Steve volvió a mirar a su padre y le dijo: “Padre, ¿se puede
saber qué estás haciendo?, los cerdos nunca lloran”. Apuntó a la cabeza de
Norman y disparó.

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